El «macaco», ese cesto colgado al cuello donde caen las aceitunas, es una pieza tradicional cuyo origen tiene raíces misteriosas. Se dice que su forma podría recordar a las crías de primates agarradas del cuello de su madre. De cualquier manera, el macaco siempre cuelga del cuello y rara vez se despega.
Tradicionalmente, estos cestos se fabricaban con hojas de palma bajo la técnica de la empleita, aunque hoy en día se hacen con fibras sintéticas. En los pueblos de olivar, solía haber personas que dominaban el arte de trabajar la palma y hacían macacos, entre otras artesanías.
La construcción del macaco comienza desde abajo, desde el centro, hacia arriba, rematando el borde con un alambre circular para darle resistencia. Las fibras naturales, como la palma, permiten la transpiración de las aceitunas, aunque algunos los forran por dentro para protegerlas.
El macaco se apoya entre el pecho y la barriga, y de sus laterales salen los extremos de una correa que permite colgarlo del cuello o cruzarlo en la espalda para distribuir el peso. Estas correas suelen estar hechas de diferentes materiales, como cinturones viejos o incluso materiales reciclados, como cinturones de seguridad de coches antiguos.
Hoy en día, además de los macacos artesanales, existen versiones industriales que se venden a precios más económicos en ferreterías y tiendas locales durante la época de recolección de aceitunas. Esta evolución refleja la adaptación de una tradición ancestral a las necesidades y tecnologías modernas.
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